Justo ahora, que acabo de pasar por una de esas etapas en la que no sabes si estás del derecho o del revés, ese tiempo de preguntas rollo de dónde vengo y adónde voy, que andas buscando un nosequé en nosedónde, aparece sin buscar esta nota que escribí hace ya tiempo y que quiero volver a compartir con vosotros. Al releerla me doy cuenta de las cosas, que sin querer, vuelven a su posición inicial, como aparcamos en un rincón de nuestra memoria lo que nos enseña la vida, hasta que otro golpe nos vuelve a despertar del letargo.
Tendemos a olvidar lo frágiles que somos y a repetir los mismos patrones una y otra vez, dejando de lado lo esencial con una facilidad pasmosa. Conviene analizar si lo que somos coincide con lo que nos gustaría ser. Si no es así, quizás convenga revisar de nuevo nuestra escala de felicidad.
Se produjo en mi un cambio que creo que es irreversible. De repente dejaron de tener importancia cuestiones relacionadas con el prestigio laboral, el éxito o el nivel económico. Durante las horas posteriores a que me diagnosticaran un cáncer, no pensé ni por un momento en mi trabajo, ni en mi cuenta bancaria, ni en mis berrinches y enfados por cosas absolutamente irrelevantes, ni en la paz mundial, ni en el tipo con el que acababa de discutir una hora antes por quitarme el aparcamiento… lo único que pensé fue; Dios, voy a morir...
Y en apenas unos segundos rebobiné la película de mi vida y me di cuenta de lo poco que había vivido, de lo mucho que me quedaba por hacer y del tiempo tan precioso e irrepetible que había malgastado en esas cosas y personas que me importan tres pitos y cuatro flautas, en esas cosas que son solo eso...cosas.
Había que vivir a toda máquina, darle caña al cortisol, volcar tus pequeñas frustraciones con tu familia y amigos, esos a los que ves poco y cuidas menos porque no tienes tiempo, porque siempre hay ALGO MÁS URGENTE QUE HACER.
Algo ha cambiado en mí. Ahora tengo una nueva percepción de las cosas que antes daba por hechas: Un abrazo de mi pareja cuando nos vamos a dormir, un vino con mis amigos, un rato de lectura, un beso de mi hijo, escuchar a Ludovico con los ojos cerrados, hacer el muerto mientras me baño en mi cala favorita, disfrutar de las risas, cantar en la ducha, ver el mar...
Escribo todos los días (el humor y escribir me salvan de tantas cosas...) Dejo lo que estoy haciendo cuando siento la necesidad de llamar a alguien de mi entorno y recordarle cuanto significa. Saboreo cada instante de mi vida de una manera única, y procuro no dejar para mañana las cosas importantes que pueda hacer o decir hoy. Selecciono lo que como, lo que leo, lo que escucho, con quien comparto mi tiempo y lo que quiero, y me resbalan por la patilla las opiniones de gente malintencionada y metementodo, (no hay tiempo para eso)
Trato de no herir con mis palabras ni con mis actos, pido perdón cuando meto la pata y estoy aprendiendo a perdonar y soltar, (que gustazo)
Me acepto como soy con mis múltiples defectos y mis no menos importantes virtudes. Me respeto a mi misma porque me quiero (ya si), y si, puede que mi vida acabe mañana, pero ya no me iré pensando que mi paso por aquí fue estéril o inútil, porque no quiero olvidar que todas estas pequeñas cosas de las que hablo tienen un nombre, FELICIDAD, así que no perderé mi tiempo en buscar fuera lo que está tan cerca de mi. Me estremezco al pensar en todas las ocasiones que por orgullo mal entendido, por valores equivocados o por afrentas imaginarias, aun estando en plena salud física, malgasté mi vida.
Hoy vuelvo a tocar la cicatriz que surca mi pecho y me recuerda lo frágil que es la vida, cómo lo que hoy das por sentado puede dejar de serlo en un segundo, y lo importante que es no desperdiciar ni un minuto viviendo una vida que no te pertenece.
Hoy vuelvo a tener una nueva oportunidad.
¡Gracias por leerme y compartir!
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