¿Os suena de algo? Y es que a muchos nos hicieron creer que debíamos purgar por nuestros errores, saldar nuestros pecados con tres padrenuestros y 2 avemarías, o dejar que nuestro remordimiento no nos dejase vivir en paz.
Todos tenemos un código ético y ese, muchas veces, está marcado por lo que nos inculcaron de niños.
A medida que crecemos vamos acomodando esos códigos a nuestras vivencias y maneras de ver la vida.
Pero está claro que si tuvimos una educación rígida y estricta o desordenada sin ningún tipo de normas y valores, nuestra forma de afrontar nuestros errores será distinta.
Los juicios que hacemos sobre nuestros actos y que provoca un sentimiento de culpa, son ideas, y no tienen por qué ser reales.
El sentimiento de culpa es subjetivo, es decir, está determinado por nuestra interpretación de los hechos.
Porque nosotros podemos ser nuestro juez más cruel e implacable, ese que siempre nos declara culpables.
Hay un capítulo del libro "Tus zonas erróneas" que explica que, la preocupación y la culpa son los dos sentimientos más inútiles del mundo.
¿Eso quiere decir que si hacemos algo mal nos tiene que dar igual? Pues tampoco, pero de nada sirve entrar en el bucle de la auto flagelación (por mi culpa, por mi culpa, por mí grandísima culpa) que no nos sirve para absolutamente nada.
¿Acaso sentirnos culpables nos va a llevar a una solución? ¿Acaso nos deja avanzar? Ese peso enorme, que la culpa se encarga de hacernos creer que merecemos llevar, sólo nos hace sentir miserables.
Sentir remordimiento si nuestras decisiones han hecho daño a terceros es normal y sano, pero ahogarse en la culpa, no. Reflexionar, analizar y pedir perdón si es necesario y aprender.
Equivocarse no es más que aprender a vivir y a querernos, buscando la mejor versión de nosotros mismos. Cometer errores es parte fundamental de nuestro aprendizaje emocional y la vida nos presenta constantemente oportunidades que debemos aprovechar.
Así que no dejemos que el miedo a meter la pata, nos impida hacer aquello por lo que nos brillan los ojos.
Y sí hay que elegir... mejor pedir perdón que pedir permiso.
¡Gracias por leerme!
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